La relajación también se entrena.
A medida que profundizamos en la práctica de yoga nidrā (o en cualquier práctica que involucre al cuerpo de manera consciente y al sistema nervioso como territorio de experiencia) empezamos a comprender algo esencial: el bienestar no es un estado fijo ni un destino al que llegar, sino una danza constante con lo que ocurre.
El yoga nidrā no es una vía para sentirnos bien todo el tiempo.
Como tampoco lo son la meditación o el yoga.
Ni un premio que llega después del esfuerzo o del agotamiento.
En su raíz, es una práctica para afinar esa danza.
Para ampliar nuestra capacidad de presencia, incluso cuando la presencia no es clara ni continua.
Y, en su sentido más profundo, para aprender a estar (o a atravesar) los tres estados: la vigilia, el sueño y el sueño profundo, no como compartimentos separados, sino como un continuo de experiencia.
La práctica no busca modificar lo que aparece.
Nos entrena a relacionarnos con lo que hay (sensaciones, emociones, pensamientos) sin intervenir, sin corregir, sin dirigir el proceso.
Cada sesión de yoga nidrā es, en esencia, una invitación a habitar el reposo, a dejar de intervenir mentalmente.
A permitir una relajación profunda y dejar que, al soltar el control, el sistema nervioso empiece a reorganizarse por sí mismo. En muchas ocasiones, basta con escuchar las primeras palabras de la guía para que la persona se duerma.
En esos casos, no hay seguimiento de la voz, no hay recuerdo de la práctica, no hay registro consciente hasta el último sonido o el momento de regreso.
Y está bien. Es, de hecho, lo más habitual.
Cuando el cuerpo lleva tiempo en sobrecarga, dormir no es una distracción ni un error: es la vía más directa que tiene el sistema para regularse.
En esos casos, la práctica no se “pierde”; hace exactamente lo que el organismo necesita.
Otras veces, la experiencia es distinta.
La relajación no deriva en sueño, sino en una presencia más continua.
Puede emerger una sensación de vitalidad tranquila, una vibración sutil, una forma de estar que no se construye ni se fuerza, sino que simplemente se reconoce.
Ambas experiencias forman parte del camino.
Y ninguna es más correcta, más profunda o más avanzada que la otra.
Lo esencial no es lo que se recuerda después de una sesión,
sino lo que el cuerpo aprende cuando, una y otra vez, se le permite descansar sin exigencias.
Sin intentar conseguir un estado.
Sin esperar un resultado.
Sin comprobar si “funcionó”.
Sin corregir la experiencia mientras ocurre.
Y eso, solo eso,
es la esencia de la exposición repetida
a la postura horizontal
en yoga nidrā.
Marta 𓆩ꨄ︎𓆪