Dormir menos de lo necesario

Dormir poco no es solo “tener sueño”. Casi todas tenemos una sensación subjetiva de cuánto sueño “necesitamos”. Creemos que con eso basta.
Pero la realidad es que, la mayoría de las veces, necesitamos dormir más de lo que creemos.

En los últimos años, la ciencia del sueño lo ha mostrado una y otra vez: descuidar de forma crónica el descanso nocturno es de las cosas más dañinas que podemos hacerle a la salud. Expertos en sueño como Matthew Walker lo explican con claridad.

Yo he tenido insomnio desde pequeña. Quienes lo habéis vivido sabéis de qué hablo: esas noches eternas. Para mí ha sido de las experiencias más duras, sobre todo porque cuando estás en vela durante horas, lo último que aparecen son pensamientos amables. Aparecen rumiaciones, miedo, control.

Por eso ya no hablo solo de cuántas horas dormiste anoche, sino de cómo duermes noche tras noche:
si hay profundidad o te quedas en la superficie,
si te despiertas una y otra vez,
si te levantas con claridad o con esa sensación pesada, nerviosa, empanada, como si el cuerpo no hubiera terminado de apagarse e iniciarse de nuevo.

Un sueño pobre, sostenido en el tiempo, es como ir acumulando en silencio un paquete de consecuencias: más estrés, peor humor, baja tolerancia social, menos claridad mental, menos creatividad, más torpeza para decidir, mayor riesgo de enfermar. Y también esa confusión tan común entre cansancio y hambre: ansiedad, antojos, ultraprocesados, como un mono suelto en un buffet libre.

Cada cuerpo tiene su margen de aguante, sí.
Pero cuando vivimos como si el descanso fuera secundario, como si fuera negociable, el cuerpo acaba pasando factura. Y suele ser cara.

Detrás de esto hay una idea muy instalada: primero producir, ya descansaré después.
Se prioriza la agenda, el rendimiento, el dinero, creyendo que “ya se arreglará en vacaciones” o “cuando pase esta racha”. Como si ganar más o hacer más pudiera compensar el desgaste profundo de vivir crónicamente privadas de descanso, de placer, de gozo. 

Y, sin embargo, descansar no es desaparecer del mundo.
Para mí, descansar es la condición base para poder estar más presente en lo que ocurre aquí y ahora: en el cuerpo, en las relaciones, en la vida.

Y una parte esencial de ese descanso es el sueño profundo: esas noches, o siestas, en las que el cuerpo siente que puede soltarse de verdad, dejar de sostener, y caer en un lugar donde se siente a salvo.

Aquí aparece algo que casi nunca se nombra: para descansar de verdad, el cuerpo necesita seguridad.

Cuando el sistema nervioso viene de mucho jaleo (estrés crónico, trauma, urgencia constante) no es que “no quiera” relajarse. Es que no sabe cómo bajar la guardia. Eso fue lo que me pasó a mí: una hipervigilancia aprendida muy temprano que arrastré durante años.

Entonces ocurre esto: nos tumbamos, apagamos la luz, pero por dentro seguimos en alerta. El cuerpo está horizontal, pero el sistema sigue de guardia. Y así es muy difícil regenerarse. Así se vuelve difícil casi todo: los vínculos, la creación, la vida cotidiana.

Para mí, ahí es donde Yoga Nidrā cobra sentido. No como una “relajación bonita”, sino como una práctica que entrena al sistema nervioso. Sesión a sesión, le ofrece otra experiencia posible: más confianza, más espacio, más capacidad de estar con lo incómodo sin defendernos ni querer huir.

Al tumbarte y dejarte guiar, el cuerpo empieza a recibir mensajes muy simples, casi sin palabras:
“aquí hay tierra”,
“aquí no hace falta sostener tanto”,
“aquí puedo probar a quedarme.

Desde esta perspectiva, no nos relajamos eliminando la sensación, sino integrándola. Cuando la experiencia es acogida con presencia, el cerebro cambia su estado y el cuerpo encuentra descanso. Muchas veces no nos relajamos no porque no queramos descansar, sino porque no sabemos, o no nos sentimos a salvo para sentir.

La relajación no puede forzarse porque la regulación no ocurre por control, sino por integración. El sistema nervioso se relaja cuando percibe seguridad, no cuando se le exige que se calme. Esa seguridad se construye creando, con amabilidad y repetición, las condiciones internas adecuadas.

Si duermes pero no descansas, el siguiente, y quizá único paso no es hacer más, sino educar al sistema nervioso: enseñarle a tu cuerpo una pedagogía del descanso. Una pedagogía paciente, que le permita, poco a poco, permanecer con la experiencia interna tal como es, sin evitarla ni amplificarla.

Cuando la atención consciente se posa sobre la sensación con curiosidad y sin juicio, el cerebro aprende algo esencial: sentir no es peligroso.

De este modo, el cuerpo empieza a reconocer desde dentro una señal básica de regulación: “estoy a salvo, puedo soltar”. Prácticas como el Yoga Nidrā facilitan este proceso porque nos entrenan en la capacidad de presencia.

Y en ese gesto repetido, el cuerpo deja de vivirse solo como una máquina que rinde o falla, y empieza a recordarse como lo que es: un campo vivo de sensación, energía y presencia.

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¿Qué puede suceder en una sesión de Yoga Nidra?