¿Qué puede suceder en una sesión de Yoga Nidra?

En una sesión de Yoga Nidrā puedes sentir muchas cosas, y a veces cosas aparentemente contradictorias. Al principio, suele aparecer una sensación muy simple de alivio: el cuerpo por fin puede descansar en el suelo, dejar de “hacer” y entregarse a la gravedad. Eso puede sentirse como peso, calor, una expansión suave, incluso como si te “hundieras” un poco en la tierra.

A medida que la práctica te va llevando hacia estados más sutiles, es posible que la experiencia corporal se vuelva extraña: el cuerpo se hace muy grande o muy pequeño, desaparece por momentos, o sientes zonas flotando en el espacio. Esta desestabilización de las referencias habituales (el yo sólido, el cuerpo definido) no es que te esté pasando algo raro o especial: es parte del entrenamiento para soltarnos de la apariencia fija de las cosas.

En el nivel de la mente, una sesión de Yoga Nidrā puede abrir un territorio muy parecido al de los sueños: imágenes que surgen y se disuelven, escenas que aparecen sin que tú las fabriques, recuerdos, emociones antiguas que emergen como si vinieran desde el fondo.

A veces eso es muy placentero, casi onírico; otras veces puede tocar lugares de miedo, tristeza o incomodidad. Desde mi mirada, eso tampoco es un problema, siempre que puedas sostenerlo: es la mente mostrándote su material no procesado cuando, por fin, dejas de controlar tanto.

La práctica te invita a mantener un hilo de lucidez en medio de todo eso: a observar sin agarrarte, sin empujar, reconociendo que todo lo que aparece (sensaciones, emociones, imágenes) es dinámico, cambiante, como un sueño.

Por eso digo las prácticas como Yoga Nidrā son una forma de “bardo training”: te familiarizan con estados intermedios (entre vigilia y sueño, entre presencia y disolución) y te permiten sentir que puedes atravesarlos sin perderte, estando.

Lo que se puede sentir en una sesión va desde una relajación muy profunda hasta una especie de extrañeza metafísica, pero el punto no es perseguir una experiencia concreta, sino aprender a relacionarte con lo que surja con más curiosidad y menos miedo.

Ese es el verdadero descanso: no solo el del cuerpo que se tumba, sino el de la mente que, aunque sea por un instante, deja de oponer resistencia a lo que es y consiente en habitar la realidad tal como se le da ✷.

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