La vida no se deja cartografiar

¡Saludos desde Rishikesh!

Os escribimos desde uno de los cafés a los que venimos cada mañana a desayunar después de nuestra práctica. Hoy quiero compartir una reflexión sobre algo con lo que muchos de nosotros lidiamos tanto en la práctica como en la vida: el tránsito del hacer al sentir. Y en este proceso, hoy pienso en la oruga.

No sabe en qué se convertirá. No apura su transformación ni la disecciona. Solo se entrega.

Nosotros, en cambio, cuando algo nos incomoda, nos refugiamos en la mente. Buscamos comprender, anticipar, domar la incertidumbre con palabras. Como si el saber pudiese salvarnos del vértigo. Pero cuanto más intentamos esquivar el malestar, más nos aferramos a la ilusión del control, alejándonos de lo que, en el fondo, anhelamos: ligereza, claridad, tranquilidad.

La práctica nos ofrece otra posibilidad: no apresurarnos a entender, sino atender. Habitar la experiencia en lugar de apresurarnos a narrarla. Como la oruga en su crisálida: recogida en el instante.

Cuando viajamos por largos periodos de tiempo, esto se vuelve aún más evidente. Nos alejamos de lo conocido y, casi sin darnos cuenta, buscamos anclas, intentamos dibujar mapas que nos devuelvan la ilusión de certeza. En esos momentos, surgen nuestros mecanismos de protección: intentamos encontrar estabilidad en lo desconocido, agarrándonos a referencias externas para no sentirnos perdidos.

Pero la vida no se deja cartografiar, y nuestros patrones de control no desaparecen de un día para otro. Cambiarlos lleva tiempo, práctica y, probablemente, algunos tropiezos en el camino. Y, sin embargo, cuando dejamos de apresurarnos a interpretar lo desconocido, algo se va aflojando.

Nos damos cuenta de que no necesitamos sujetarnos con tanta fuerza. Entonces, en lugar de resistirnos, nos vamos abriendo a la vida.

La oruga nos recuerda que toda transformación comienza en la entrega. Nos dice: Ve más despacio. Lo estás haciendo bien. No puedes ser todo lo que quieres ser antes de tiempo.

Nos dice que lo interno, tarde o temprano, se desborda. Que la espiral que se repliega es la misma que, en su momento justo, se abre.

La vida sabe entonces a vaivén entre recogimiento y expansión, entre la quietud que gesta y el movimiento que despliega.

La confianza en uno mismo es imposible, la confianza en el futuro es impensable. Son confianzas inadecuadas: no podemos fiarnos de algo que no existe. El sentir es sin confianza. No hay nadie para tener confianza, sólo sentir.
— Eric Baret.

Abrazos desde India 🐛.

Marta y Lucas.

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¿Qué estoy sosteniendo que ya no sostiene mi verdad?